Crece la cultura del vino

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"Crece la cultura del vino".

El gusto por el vino desata cada vez más pasiones. Del mismo modo que la cultura de la buena mesa, el vino se ha convertido en una bebida de culto. El interés por conocer su procedencia y sus calidades despierta la inquietud de los consumidores. Las catas están de moda y las bodegas se llenan de gentes que quieren adquirir una buena botella para saborear junto a una mesa repleta de alimentos de calidad.

Vino tinto, blanco o rosado. El color no afecta a la calidad. Todos los vinos pueden ser buenos, aunque es difícil concretar un factor que lo determine. Y es que, en la producción de esta bebida alcohólica, intervienen muchos agentes sobre los que, a menudo, el viticultor no puede actuar.

El tipo de uva, la barrica y el tiempo configuran el aroma y el gusto del vino, que difiere en cada botella. La cata es el método perfecto para detectarlos y clasificarlos. Ahora, ya no sólo la utilizan los enólogos para crear sus vinos en las bodegas. Los particulares también quieren saber apreciar las propiedades del producto que compran y de los que hay en el mercado.

MÁS AFICIONADOS AL VINO.

La llamada “cultura del vino” está en fase de crecimiento. Pero esto no es nuevo. Según la Federación para la Cultura del Vino, ya a finales de los ochenta se empezó a detectar una progresiva apreciación generalizada de esta bebida.

Los tetrabricks pasaron a la historia, aunque todavía algunos persisten en los supermercados, y las botellas de cristal, llenas de exquisitos vinos, llenan los estantes de tiendas y bodegas.

“Cada vez se consume menos vino, aproximadamente un 50% menos que veinte años atrás. Lo que pasa es que ahora aumenta el consumo de vinos de calidad”, dice Emilio Castro, enólogo y gerente de la Fundación para la Cultura del Vino.

El vino siempre se ha asociado con la cocina. Por eso, en los restaurantes de comida selecta y de “delicatessen”, la carta de vinos es ya casi más larga que la de los platos. Un síntoma más de que el cliente se ha especializado y tiende a seleccionar el vino que quiere para acompañar sus platos.

ROMPER MITOS.

Son muchos los mitos que corren alrededor del vino. A menudo, son creencias que se trasmiten de boca en boca, aunque suelen ser falsas. ¿Los tintos son mejores que los blancos? Depende, “el color no confiere la calidad”, asegura Castro.

“Los tintos, cuanto más viejos mejor”, dicen por ahí. El experto cree que también depende, y en la mayoría de los casos depende de la calidad del vino, es decir, de su proceso de formación al inicio. “Los tintos, para la carne, y los blancos para el pescado”. No siempre es así, sugiere Castro. Según el enólogo, hay vinos para todo y eso debe determinarse por sus calidades y no por su color.

Y una curiosidad, ¿sabían que, una vez el vino está en la boca, si seca las encías, significa que los taninos, sustancias que determinan la astringencia del vino, provienen de la uva? En cambio, si seca el paladar, provienen de la barrica. Se trata de un factor más que decisivo para determinar si el vino es de crianza o no.

INSTRUCCIONES PARA CATAR.

Hay unas fases por las que hay que pasar para catar debidamente. En primer lugar, uno tiene que fijarse en el aspecto. El vino debe presentarse limpio, sin partículas en suspensión. Sin embargo, no hay que confundirlo con el poso que pasa del fondo de la botella al fondo de la copa. No son más que colorantes o cristales de potasa propios de un vino no manipulado.

La fluidez conforma el segundo estadio de una cata. Viene determinada por la movilidad del vino en la copa. Hay que observar la lágrima del vino en la pared del cristal. Eso determina la cantidad de alcohol y azúcares del líquido.

La efervescencia nos dice cuál es la cantidad de gas carbónico que contiene el vino. Un espumoso tradicional, como el champán o el cava, presenta burbujas finas, de lenta ascensión, un cordón largo (cadena de burbujas) y una corona persistente (burbujas alrededor de la copa). Los vinos tranquilos (no espumosos), en cambio, no deben contener gas carbónico, porque suele considerarse un defecto.

En cuanto al color, se pueden observar dos elementos: la intensidad y el tono, que nos da información acerca del grado de evolución del vino. La capa es un concepto que forma parte de la intensidad y se refiere a la capacidad del vino de impedir el paso de la luz. Cuanto más joven es el vino, más clara es la capa.

Por último, las fases olfativa y gustativa. El examen del aroma del vino tiene que hacerse tres veces: a copa parada, a copa movida y con la copa vacía. Podemos hablar de aromas primarios, procedentes de la uva; aromas secundarios, procedentes de la fermentación; y aromas terciarios, procedentes de la crianza en madera y botella.

La fase gustativa, muestra sensaciones gustativas, percibidas por las papilas gustativas de la lengua (dulce, ácido, salado, amargo); táctiles, que hacen referencia a la estructura y a la textura del vino; y térmicas, que indican la temperatura a la que se está bebiendo el vino.

Catar una copa de vino es, en definitiva, poner en funcionamiento todo un juego de sentidos. Un examen que permite percatarse de que el vino, más allá de una bebida alcohólica, es un producto químico, fruto de la conjunción de distintas propiedades. Resulta asombroso apreciar las infinitas calidades que un g de uva puede exprimir dentro de una botella. Beber un buen vino sirve para algo más que para saciar la sed, es todo un placer.

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